Menores no acompañados
Por José Colón
Finalista Premio ZAMPA
Este proyecto periodístico narrativo y audiovisual, con una clara voluntad de poner atención sobre el racismo institucional que define de manera vertebral los itinerarios de los chicos, es el resultado de una especie de laboratorio que tiene la voluntad y decisión política de no reproducir el imaginario visual y narrativo que ha acompañado al relato de los “menores no acompañados”.
Tras cruzar 130 millas en ferry desde el sur de España hasta los diminutos enclaves coloniales españoles de Melilla y Ceuta, en el norte de África y a orillas del Mediterráneo, los viajeros son recibidos con la vista de una fortaleza del siglo XVI, cuyas murallas de piedra se asoman a un escarpado acantilado.
Escondidos a lo largo de los acantilados y en los bosques, estos niños observan el ferry mientras atraca, y la fila de camiones que esperan embarcar en él para el viaje de vuelta a España, viéndolos como sus billetes hacia la riqueza. Este enclave colonial en poder de los españoles desde 1495, Melilla, una pequeña ciudad portuaria antaño famosa por su bullicioso comercio de cera de abejas y pieles de cabra, comparte una frontera de siete millas con Marruecos, defendida por una valla de 20 pies de altura y triple refuerzo, enhebrada con alambre de espino y rematada con cuchillas. Su objetivo es mantener alejados a los inmigrantes de países subsaharianos que carecen de pasaporte para entrar legalmente. A pesar de que la malla es tan fina que los dedos no pueden agarrarla, miles de extranjeros consiguen escalar la barrera cada año, utilizando ganchos para izarse y saltarla, aunque muchos resultan heridos en el proceso.
Los ciudadanos marroquíes de las ciudades limitrofes pueden entrar legalmente, y cientos de ellos lo hacen cada día a través del único punto de control peatonal de la frontera. La mayoría son trabajadores y compradores que regresan al final del día, pero algunos esperan abrirse camino desde Melilla al continente europeo. Entre los que entran solos, y no salen, hay niños de hasta 8 años, muchos de los cuales hacen el viaje con la bendición de sus padres.
“Quieren ir a trabajar y ayudar a su familia, sobre todo a su madre y hermanos en Marruecos”, explica el fotoperiodista español José Colón, que lleva 15 años fotografiando a niños de la calle en Melilla y Ceuta, otro enclave español situado a 250 millas, frente a Gibraltar. Algunos, dice, “quieren ser futbolistas”, jugar en equipos de fútbol famosos.
Los niños y jóvenes migrantes no suelen ser considerados niños ni jóvenes por los países de destino a los que migran en Europa. Si fueran considerados de tal manera, la forma en que serían recibidos y tratados sería radicalmente otra. Distinta es la forma en la que necesita ser explicada esta historia.
Los procesos de racialización a los que son sometidos la juventud migrante les ha despojado de su propia niñez y juventud, ubicándolos entre las coordenadas de criminalización y un abandono institucional sumamente desacomplejado. Y sin embargo, el relato sobre cómo les atraviesa la construcción social de la raza ha sido invisibilizado. Las relaciones (neo)coloniales, entre los países de procedencia de esta juventud con los países de destino, sus relaciones económicas, diplomáticas o sociales no forman parte de los análisis.
Son poco más de 20 años desde que empezaron a llegar menores de edad que tuvieron que ser recibidos por un sistema de protección de la infancia ya deficiente en el Estado español. Aún así, el papel de la administración y el Estado ha sido cuestionado exclusivamente desde aquellos espacios dedicados a paliar los agravios que han sido resultado de un determinado modelo de (des)protección. Incluso para estos sectores críticos, que han realizado un trabajo incansable en la denuncia y el señalamiento de la prevaricación de las entidades tutelares, la relación entre raza, clase, migración y protección de la infancia ha sido también una cuestión ciega.
Recientemente, en este contexto, la presencia de los menores migrantes en el Estado español adquiere una visibilización notoria en los medios de comunicación, en boca de la clase política, incluso -aunque en menos medida- entre entidades de acción social, habitualmente receptoras de subvenciones públicas y movimientos activistas.
Los análisis y las lecturas sobre el estado de las cosas en relación a la protección de la infancia han tenido tres tendencias destacadas. La criminalización descarada, el paternalismo exacerbado y el abandono institucional. Y siempre, sin excepción, una hipervisibilización de los chicos como sujeto sobre el que pivota cualquier trama. Hecho que ha conllevado -sobretodo en los últimos meses- a una exposición que los ha convertido en objeto de noticias de tinte amarillista, foco de operaciones policiales de corte securitario, así como víctima -no uno, sino varios- de ataques racistas en las calles y en los centros donde viven; llegando al punto culmen de varios intentos de atentados este otoño.
Este proyecto periodístico narrativo y audiovisual, con una clara voluntad de poner atención sobre el racismo institucional que define de manera vertebral los itinerarios de los chicos, es el resultado de una especie de laboratorio que tiene la voluntad y decisión política de no reproducir el imaginario visual y narrativo que ha acompañado al relato de los “menores no acompañados”. La vitalidad del racismo institucional ha hecho que cuando se quiera hablar de él, no se hable de él, sino del “otro” sometido a su poder. Por lo tanto, la imagen de los chicos no será utilizada para hablar de racismo institucional, ni se desvelaran las estrategias utilizadas por la juventud para hacerle frente.
Acerca de José Colón:
Sevilla, España 1975. Fotoperiodista freelance español especializado en temas de migración, refugiados y derechos humanos con sede en Barcelona. Sus imágenes se han mostrado en España, Italia, Estados Unidos, Alemania, Francia, Brasil, así como en diversas revistas internacionales. Ha colaborado artísticamente con el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona, el Centro Cultural Internacional Oscar Niemeyer, el Museo de Historia de Barcelona y el Museo de Historia de Zaragoza. Trabaja con varios periódicos y agencias de fotografía internacionales.
Equipo:
Cámaras: Nikon F2, Canon Mark II, Leica M Type 240, Sony R II
Óptica: 50 y 35mm
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