La Población Aurora de Chile es uno de los asentamientos periféricos del Gran Concepción, Región del Biobío. Su historia se remonta a los primeros años del siglo XX. Si bien ha tenido varias “oleadas” de colonos, que corresponden a momentos económicos, históricos, o de desastres del sur de Chile principalmente sus habitantes llegan desterrados de otros lados, encontrando en un lugar sin suelo, el terreno para construir su casa. Pero antes de continuar me gustaría detenerme en varios detalles de este primer párrafo, que tal vez para un vecino de la Aurora es común, pero para aquel prójimo que esté un poco más lejos le resulte incomprensible.
Comencemos en 1570 con el Gran Terremoto de Penco que de alguna manera marcó la personalidad del habitante de Concepción. El 8 de febrero de ese año, como a las nueve de la mañana, la tierra empezó a quebrarse bajo los pies de los colonos españoles asentados en las playas de Penco, seguido de un maremoto que se adentró unos cuatrocientos metros en tierra. Si bien las crónicas de la época no relatan muertos, grande tiene que haber sido la escena, que ni los indígenas belicosos de las cercanías quisieron atacarlos, viendo su indefensión. Este terremoto provocó que los “penquistas” -gentilicio de quienes habitaban las cercanías de la Bahía de Penco- emigraran unos kilómetros hasta el Valle de la Mocha, donde se encontraba desde 1550 el emplazamiento fundado por Pedro de Valdivia con el nombre de Concepción de María Purísima del Nuevo Extremo. Dejando algunos colonos que no quisieron emigrar en la Bahía de Penco, constituyendo un nuevo poblado, a quienes se los llamó “pencones” para distinguirlos con los habitantes de Concepción. Este para mí es el primer indicador que marca la personalidad penquista. Buscan un valle con buenas aguas, que lo encuentran a orillas del río Biobío, pero de a poco, y hasta inconscientemente, le comienzan a dar la espalda. La ciudad crece hacia el cerro, se va metiendo entre los bosques nativos y la cordillera de Nahuelbuta, dejando al Huio Huio, nombre original del río Biobío a sus espaldas. Vamos a saltarnos un par de siglos, y en los mediados del 1800, con escaramuzas independentistas, y guiños a la Europa decadente, se sigue consolidando como la ciudad referente al sur de Chile, después de su capital, Santiago. Pero ni este reconocimiento le hace cambiar el carácter.
El río no se navega, no se mira, no se pesca. Solamente es la frontera natural con el sur, tierra indómita caminada por los mapuches. El río es depósito de escombros de los sucesivos terremotos. Así es que durante el Siglo XX, sus costas reciben los despojos de una Concepción arrasada en el 39, en el 69 y en el 2010. Y es sobre estos despojos que de a poco va tomando nombre y fuerza otros invisibles de Chile: los pobladores de la Aurora de Chile, en homenaje al primer periódico independentista que hubo. Pero como siempre, sigue Concepción, sin mirar a los ojos al Biobío, y al igual que los escombros materiales, deja en la orilla de su río los despojos desclasados de sus habitantes. El éxodo rural-minero de principios del 1900, la crisis de los años 30 trajo mucho trabajador a jornal o “golondrina”, el terremoto de 1960, y el 27F en 2010, fueron también indicadores de nuevas tomas, y asentamientos en el sector. Y es así que de a poco, invisibilizada y casi tozudamente va naciendo la Aurora, que al igual que los árboles va dejando en círculos concéntricos, sus memorias. Hay un radio muy antiguo que alberga un colegio de monjitas, dos fábricas, y un Club Social y Deportivo, “El Huracán” fundado en 1938 a semejanza de su homónimo de Argentina.
Entre el sector de la fábrica y la cancha de futbol se congrega el casco más antiguo de la Aurora. Si bien la población no cuenta con plaza fundacional, cuenta con la cancha que cumple idéntico fin. A su alrededor se ubican los estamentos de poder de la Aurora: la sede de la Junta de Vecinos, la sede del “Huracán”, y el local del “Guatón Toño” que cumple las veces de economato local y almacén general, al mismo tiempo que “centro de informaciones y novedades”. Contaba la historia que: “la Aurora de Chile nace a sombras de la Fábrica de paños Biobío, la plaza del ferrocarril y el borde de río. Tomas clandestinas que llegaban en hordas con carretas, como colonos de un inhóspito territorio. El sector que desde ahí se extiende hasta la actual costanera del río es terreno que se ha ido ganando por parte de los pobladores a costa de rellenarlo a puro esfuerzo. Son aproximadamente unos 240.000 metros cuadrados que se rellenaron a pala, trayendo los escombros a carretilla y camiones, gestionados por los propios vecinos”.
Ahora bien, hasta acá era la historia que aparece en los libros y registros de la contemporánea Concepción, en investigaciones de grado de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de Concepción, y en artículos costumbristas de la región. Y como pasa, la mayoría de las veces, la historia se comienza a “guionar”, y aquello que parecía que podía ser, que no tenía mucho fundamento histórico, por la repetición y los años se convierte en realidad: “la Aurora de Chile nace a sombras de la fábrica de paños Biobío, el ferrocarril y la costanera, allá por 1920…” Y esa “historia oficial” comienza a descascararse, y a mostrar otras capas más profundas, al resguardo de la confianza, el afecto, y el cariño que se va generando entre el equipo de trabajo, y los y las pobladoras del lugar. Llegan, generalmente a “la hora de once”, cuando deteníamos el trabajo del taller por la falta de luz día, y se sentaban a la mesa con algún tesoro. Recuerdo a Margarita que llegó con un costurero que era de su mamá, y que no guardaba botones, hilos y agujas, sino que en su interior había un pequeño papel doblado, con muchas marcas de haber sido doblado de diferentes formas, con una fotocopia. Esa fotocopia guardaba la única foto que Margarita tenía de su papá, jugando en el Huracán, club de sus amores, y que estaba pegada en la pared del negocio del “Guatón Toño”. O cuando empezaron a aparecer con documentos de compra y venta de terrenos, o escrituras de posesión efectiva, de sitios dentro de la “toma”. “Este papel me lo dejó mi papito (abuelo)” -me contaba la Sra Isabel, de casi 70 años-…se leía en una prolija letra a tinta: “En Concepción, a 22 de noviembre de 1922…y firmaba el Notario de Concepción, Don Edmundo Larenas Guzmán”. Es de destacar que este documento debe ser uno de los últimos firmados por el Notario, ya que fallece el 12 de diciembre del mismo año. Después aparecen documentos con fechas tales como 1912, 1907 y hasta uno fechado en 1892. Es así que esa toma “nacida a sombras” de una fábrica, es una población que alberga luego el asentamiento industrial de la ciudad. Quedando sin argumento el segundo postulado oficial: “es una población emblemática de casi 90 años” …cuando encontramos estos documentos la Aurora cumplía 126 años.
La Aurora de Chile es la única población con tanta historia patrimonial y un perfil muy determinante: tienen gentilicio propio, ellos no se consideran “penquistas”, ellos son “aurorinos”. Esto es muy determinante al momento de trabajar el tema territorial y patrimonial. Hay una identidad propia, una memoria de territorio y por consiguiente una forma de ver y pensar su relación con la ciudad que le da la espalda. Si bien parecería que es el río Biobío quien les es más inhóspito, con las crecidas, la humedad que sale de la tierra, es la ciudad con quien sus vecinos tienen sentimientos cobrados. Con el río hay una relación afectuosa, al considerar que es el río quien les ha permitido asentarse en un lugar, y considerarlo propio. “Igual hay veces que el río se las cobra, pero es lógico, así como nos da nos quita”, me decía un vecino mostrándome una foto de la última gran inundación del 2012. El terremoto del 2010 si bien no afectó a la población en si misma que resistió muy bien la catástrofe, fue aprovechado por el gobierno de turno para instalar la idea de “un nuevo puente”, a consecuencia de las fallas ocurridas en el Llacolen y Juan Pablo II, pero con la solapada intención de erradicar a la comunidad de la Aurora de esos terrenos.
Hay que entender que la Aurora está asentada en terrenos con una plusvalía muy alta, al encontrarse a unas seis o siete cuadras del centro de la ciudad. Este proyecto puso en riesgo la estabilidad de más de seiscientas familias, de las cuales ya fueron reubicadas por lo menos dos tercios, quedando resistente el sector más antiguo. Una parte de estas familias serán “reubicadas” en dos manzanas contiguas, en casas construidas muy livianamente sobre un sector de basurales antiguos, muy poco compactados. Que si bien fueron entregadas en 2019, ya en 2021 sufren problemas de filtraciones y humedad. Y a otra parte de los vecinos se les dará ubicación en otros sector de la comuna, o subsidios para arrendar, desmembrando más de 100 años de trama social.
“El Retrato de Aurora”, identikit de la memoria y el territorio
El Proyecto “El Retrato de Aurora” propuso identificar, preservar y poner en valor la Memoria Emotiva de la Población Aurora de Chile. Este proceso se llevó a cabo entre julio de 2016 y agosto de 2018, encarado desde cuatro perfiles definidos a partir de las necesidades de la propia población: Un primer abordaje desde “la Memoria y el Duelo”. A partir de nuestra llegada en Julio de 2016 los pobladores construyeron cámaras estenopeicas con objetos domésticos que tuvieran alguna historia dentro de las familias. Terminamos armando unas ocho cámaras estenopeicas hechas con madera de la ex fábrica de paños (incendiada intencionalmente en diciembre de 2016), un lechero de aluminio, la tapa del motor de arranque de un camión Ford 600 del año ´74 con el que se rellenó parte del terreno, un costurero herencia de Margarita, un estuche de acordeón del papá de Priscila, Presidenta de la Junta de Vecinos (JJVV), entre otras cosas.
Desde mayo del mismo año, estas fotografías son parte de una serie de crónicas que aparecen todos los sábados en el Diario Concepción, hasta enero del 2018. Este cuerpo fotográfico conforma una nueva mirada del territorio. Si bien distorsionada, confusa y borroneada por la falta de un lente, esa luz que impacta la sensibilidad del papel con haluro de plata, también impacta a sus habitantes, y a nosotros, que como ajenos, y resistiéndonos, nos hacemos parte de su lucha y de su historia. Las fotos que emergen de estos artefactos de memoria constituyen postales, una muestra fotográfica que con rebeldía se monta en una sala tradicional del centro de Concepción y una maqueta de fotolibro que nunca salió. Otra etapa del ejercicio fotográfico, tiene que ver con retratar “la Invisibilidad de lo Cotidiano” de cien familias aurorinas colonas, con varias generaciones en la población. Diez fotógrafos que se han seleccionado con un determinado perfil, se convocan y se los invita a que se involucren con las familias, retratando el día a día. La técnica, el tiempo, la línea editorial y el encuadre, se dejó al libre albedrío de las parejas fotógrafo/a-poblador/a. Respetando de igual modo las dinámicas locales.
Si bien es una población con características de asentamiento irregular, sigue el orden de cuadrícula de damero español de la ciudad que la ignora. El desafío para cada fotógrafo/a es la de poder contar una historia íntima en diez imágenes que relaten el antes, el hoy, y ese futuro incierto que se les escurre bajo los pies. La tercera etapa del proyecto es el rescate, administración, digitalización y puesta en valor del patrimonio fotográfico familiar. Un primer censo hecho sobre las fotografías en álbumes familiares permite establecer que hay registro de las últimas ocho décadas de la población, y superan los 20.000 documentos. Si bien comenzamos un primer trabajo de censo y estabilización de algunos documentos, la falta de recursos primero, y el corte abrupto después, produjo que éste fuera la parte del proyecto menos desarrollada. Quedan muchas horas de trabajo para preservar esta memoria emotiva detrás de los documentos que en promedio van desde la década del 20 hasta finales de los 80. La cuarta etapa tiene que ver con la escritura dramática de algunos relatos, dando lugar a guiones teatrales, que se usaron luego para la construcción de tres obras para Teatro Minuteros o Lambe Lambe, que cuentan la historia de la población, y que nos permite abrir espacios para debates y conversatorios sobre memoria, identidad y patrimonio. Priscila Hernández, presidenta de la JJVV ha dicho en el Festival Internacional de Fotografía de Valparaíso 2017: “Yo sólo soy una pobladora que está luchando para que se reconozca el patrimonio de Chile. En la población hemos tratado de defender nuestra situación de diferentes maneras, pero no resultó. Cambiamos el enfoque de la lucha, y ahora estamos peleando por nuestro patrimonio. Porque una población que lleva más de cien años de historia, más de cien años de patrimonio, vale la pena defenderla, defender nuestro territorio, nuestra verdad. Si no defendemos nuestro patrimonio, no somos nada. ¡Pucha que vale la pena ser fotógrafo!, porque captas con esa esencia que uno tiene, lo hermoso… lo ví yo a través de estas cámaras”.
El proyecto se terminó unilateralmente por parte de la JJVV de la Población Aurora de Chile, tras un quiebre que se produjo entre sus dirigentes. En agosto de 2018, se termina la primera etapa de la “Nueva Aurora”, conjunto de casas y edificios de departamentos construidos entre el Parque Bicentenario y la actual población. Son reubicadas 204 familias de las 460 existentes. Se les dan algunos días para su traslado, y el desarme de sus casas antiguas. Después de este tiempo, lo que queda en sus antiguas casas es demolido con retroexcavadoras, y los sitios son “inutilizados” removiendo tierra hasta un metro de profundidad para que no vuelvan a construir en ese espacio. Por estrategia del Ministerio de Vivienda, los pobladores no son sacados por paños completos de cuadras, sino que en forma irregular, provocando que quedaran casas “aisladas” entre sitios eriazos, después de haber convivido más de 50 años con vecinos. Una segunda estrategia del MINVU de la época fue la de “amarrar” los subsidios de ampliaciones y mejoras de las casas y departamentos, a la conformación de una “nueva JJVV” que se diferenciara de la histórica, provocando malestar en la comunidad, discusiones, y la consiguiente ruptura.
Entre diciembre del 2017 y agosto de 2018, los pobladores de la Aurora estuvieron sumidos en un estrés emocional intencionalmente pensado. Retroexcavadoras destrozando a zarpazos la casa del vecino, que saco lo que pudo, y el resto a jirones sobre los camiones de la constructora. Sensación de abandono y desolación al dejar “sin luz” a la población para la navidad del 2017, según la empresa encargada de los empalmes “por accidente”. Aparición de escombros, restos de casas, sillones, mobiliarios apilados en esquinas, como si otro gran terremoto los hubiera afectado. Además del aumento de plagas, roedores y delincuencia, al intervenir cañerías, alcantarillados cercanos al río, y abandono del sector de la fábrica. Nosotros como colectivo de fotógrafos y fotógrafas pretendíamos seguir trabajando con ambas organizaciones, con el fin de registrar muy objetivamente el proceso que estaba ocurriendo. No fue posible. Nos solicitaban “lealtades” con la JJVV histórica, lo que no nos parecía adecuado. Luego de varias reuniones y conversaciones, no pudimos llegar a acuerdos, teniendo que poner fin al proyecto. El libre tránsito por la población, seguros de estar protegidos por los vecinos, no lo podíamos garantizar. En su momento hicimos los intentos de continuar trabajando con la JJVV de la “Nueva Aurora” y la Agrupación Socio Cultural, pero el mismo estado de desorientación causado por el estrés post traumático del éxodo no nos lo permitió. Si bien algunos fotógrafos y fotógrafas seguimos en contacto con algunos de los y las vecinas, a la fecha, les ha sido difícil reencausar el foco de acciones comunitarias. Es muy difícil cambiar dinámicas de trabajo comunitario ligadas al asistencialismo, más que a la mejora del Bien Común. Y eso ocurrió en la Aurora: se consiguió lo que se perseguía, la casa nueva…independiente si con la vieja se derrumbó la dignidad de ser poblador de la Aurora de Chile.
2023, mirar cinco años atrás
Entrar en este ejercicio retrospectivo después de cinco años de terminado el proyecto, obliga a preguntarse, si realmente se terminó. Y en verdad, al igual que la llegada a la Aurora de Chile, su revisión ha sido accidental. Una calle en Valparaíso, un personaje afuerino algo desorientado (yo) que les pregunta a dos desconocidos que van conversando delante de uno, y que parecen, caminar con mayor soltura por esos pasajes y escaleras. El accidente del encuentro se repite al día siguiente en el comedor del Hostal Dinamarca, a la hora del desayuno. El desorientado de la escena anterior trabajando y tomando un café desde temprano, es interrumpido por un saludo y una pregunta al azar: -¿Tú también estas en el FIFV? A lo que respondo: -Si, ¿Y vos? Bueno esta conversación algo ridícula al comienzo por que estábamos los dos solos en el comedor, pero cada uno en su mesa conversando con el otro. Creo resabio del “distanciamiento social” pandémico. Como a los diez minutos de conversa, decidimos primero presentarnos, y luego sentarnos en una misma mesa. Así es que conozco a Alejandro Sotomayor, Director de CAPTION Magazine, que minutos más tarde estaría dando una charla interactiva de diseño editorial en el marco del Festival Internacional de Fotografía de Valparaíso. Después de algo de conversa, Alejandro me dice: – “Hace media hora que estamos hablando de tus fotos, todavía no he visto ninguna, pero ya quiero publicarlas”. Y esta frase de una casi intensión diplomática de buena crianza, me hizo mucho sentido de lo que ha sido mi trabajo de los últimos 20 años: las fotos no son nada sin la memoria emotiva que hay por detrás. El volver a las fotos, a recordar los momentos que generaron hitos, a conversaciones por wsp, obliga a editar de alguna manera esas fotos, y devolvérselas a sus pobladores, o a los que quedan.
Este accidente de encuentro con CAPTION Magazine hace pensar, si se puso punto final o suspensivo. Pensar en reeditar esas imágenes ha sido un ejercicio incidentado de consecuencia gracias a Alejandro, quien me invita a publicar algo de lo hecho, quien me reaviva esta incógnita. Obliga, de alguna manera por la nobleza de los vínculos, a reconversar con algunos de los vecinos, y participantes del proyecto, para contarles que esos bocetos fotográficos dejado en un archivo digital que no junta polvo, quiere ser publicado, y si bien la propiedad de las imágenes es del colectivo, subyacentemente, igual que el río Biobío bajo las casas de la Aurora, el recuerdo de lo vivido nos hace generar y mantener este vínculo de respeto y mutuo acuerdo. Con algunos ya no podemos pensar en qué más hacer por la Aurora. La pandemia también produjo socavones en los afectos. Vecinos y vecinas que han partido, llevándose un equipaje valiosísimo, su memoria, sus olores y los ambientes de una Aurora que al igual que un viejo retrato se desdibuja y borra.
In Memóriam de Manuel Jorquera Inostroza
Manuel era mueblista, además de actor amateur de teatro. Creo que, si la vida le hubiera dado otra oportunidad, hubiera sido al revés: actor de oficio, y mueblista de vocación. Cuando lo conocí era miembro de la JJVV, era su Tesorero. Luego fue presidente de la Agrupación Cultural. Formó parte del proyecto de cámaras estenopeicas, si bien no construyó ninguna propia, se animó a sacar algunas fotos. En lo que sí fue activo colaborador, fue en la etapa del Teatro en Miniatura, era lo suyo. Llegó a ser lambero (manipulador) de la caja “Con las Trenzas en el Agua”, obra que cuenta la historia de los inicios de la Aurora de Chile, y la presencia de palafitos a orillas del Biobío. Metía mágicamente a la gente en la historia de la Aurora, al punto de transmitir esa humanidad que lo caracterizaba. Manuel tuvo que desarmar su casa para entregarla. Casa que había levantado con su compañera Isabel, después del 27F, a puro “ñeque”. Desarmar algo que le era propio, que le había costado, pero que guardaba su memoria, para tener que irse a una casa, que, si bien por papeles le pertenecía, le era ajena. Manuel fue el “Auro” cuando tuvimos que irrumpir con un personaje en un Encuentro de Patrimonio en Talca, le insufló vida al “Aurorito” de la caja de lambe lambe, en interminables funciones, donde compartía un secreto de la Aurora. Me hubiera gustado comentar esta publicación con él, pero se lo llevó la inescrupulosidad (si el término existe) ciudadana, de no entender que a veces uno encuentra su lugar en el mundo y no quiere otro. Algunos dicen que se lo llevó la pandemia, tenía problemas a los riñones, y una neumonía no lo dejó volver a su casa. Para mí se lo llevó la insensibilidad del sistema, el progreso, la tecnocracia.
Acerca del autor:
Walter Blas nació en Lanús, Buenos Aires, Argentina, en 1967. Diseñador Gráfico con más de 25 años de experiencia, dedicado a los Medios de Comunicación Educativos desde el año 1998. Fue seleccionado para ser parte del Next Best Thing Pinhole Project, con 35 fotógrafos estenopeicos de nivel mundial, proyecto que registra las estaciones del año desde una mirada cultural y paisajística.
En 2003 comienza el Proyecto “La Colorina, Fotografía a la Antigua”, que pretende la recuperación de la calidad de “objeto y pieza artística” de la fotografía, y por lo tanto, poner en valor un oficio perdido, el de “Fotógrafo Minutero”. En 2017 comienza con “Los Retratos de Aurora”, que pretende rescatar el patrimonio fotográfico familiar y la memoria emotiva de una población con más de 130 años de existencia, la cual sufre un proceso de erradicación, lo que provoca la pérdida de la identidad y parte importante del Patrimonio Inmaterial de la región. En agosto de 2019 nace el Proyecto CasaCámara en Caleta Lo Rojas, Comuna de Coronel, convirtiendo la sede social del Club “Esfuerzo del Mar” en una cámara estenopeica gigante. En octubre decide registrar la revuelta social con una cámara estenopeica de madera, modelo cedido por Mario Rodríguez de Argentina. Más de 600 fotografías, en algo más de 70 metros de negativos, material base del proyecto “Chile Arde – Modelo para des-armar”. En la actualidad, la Memoria, la Identidad y el Patrimonio, se mezcla en la fotografía, el teatro Lambe Lambe, y los relatos de los protagonistas en primera persona, trabajos que lo llevan a cruzar fronteras, proponiendo diálogos con otras comunidades y continentes.