Desvelos
Por Lana Šlezić
Me encontraba junto a un soldado americano en una torre de vigilancia, en una base de primera línea defensiva, en Kandahar, sobre los campos de amapolas. Yo no dejaba de juguetear con la correa de mi cámara. Veía el sudor corriendo por el rostro liso y bronceado del soldado. Era grueso y corpulento, como la culata de la pistola que llevaba sujeta en un muslo, y hablaba arrastrando las palabras. El viento se abrió paso entre mi ropa holgada y jugó con el pañuelo que cubría mi cabeza; hacía un año y medio que llevaba la cabeza cubierta. El soldado y yo charlamos un rato; le expliqué que estaba trabajando en un libro sobre las mujeres afganas. Intercambiamos algunas historias.
Llevaba unos prismáticos colgados del cuello. Durante la conversación no apartó los ojos del paisaje. Se produjo un breve silencio. Encendió un cigarrillo y señaló un punto en el campo polvoriento.
–Eche un vistazo allí –me dijo, al tiempo que me pasaba los prismáticos.
Tardé unos segundos en enfocar.
–Allí hay un hombre y una mujer, ¿los ve?
La mancha verde y marrón se fue transformando lentamente en dos figuras.
–Los veo.
Me dijo que continuase mirando, y así lo hice. La pareja avanzaba, el hombre delante y la mujer a unos pasos por detrás. Iban acompañados por un rebaño de ovejas; daba la impresión de que las llevaban a pastar. Caminaban lentamente, sus pasos acompasados y en armonía con el entorno. De repente, el hombre se giró, levantó un puño y empezó a golpear a la mujer hasta hacerla caer al suelo. Ella permaneció inmóvil hasta que su marido paró. Él se quedó mirando un momento, tal vez un minuto, mientras ella seguía encogida en el suelo. Después, la ayudó a levantarse, le dio un breve abrazo y continuaron caminado, aunque un poco más despacio que al principio.
Fue como una película de terror muda. Atónita, miré al soldado.
–Ocurre continuamente –dijo con sequedad. Tiró el cigarrillo al suelo y lo apagó de un pisotón. En marzo de 2004 llegué a Afganistán con ideas preconcebidas y una mochila cargada de ingenuidad. Creía que después de la expulsión de los talibanes, en 2001, las niñas habrían vuelto a ir al colegio, las mujeres habrían prescindido del burka y, en general, el entorno sería menos opresivo para la mujer. Me hice esta idea a través de los reportajes de televisión y prensa escrita que aparecieron anunciando el fin del durísimo régimen talibán. La verdad que descubrí me impulsó a convertir un encargo de seis semanas en una estancia de dos años.
He viajado discretamente por muchas regiones del país y he conocido a mujeres y niñas deseosas de explicarme sus historias. Sus palabras me han horrorizado, su analfabetismo me ha sorprendido y sus lágrimas me han provocado una gran tristeza. Pero fue su resistencia lo que inundó mi corazón y mi mente. Las mujeres afganas que conocí eran cálidas, generosas y, en su mayoría, se mostraron deseosas de compartir su tiempo conmigo. Sin excepción, en todos los casos surgieron los temas de la violencia doméstica, los matrimonios forzados, el aislamiento, el analfabetismo y una falta total de libertad. Kandahar, agosto de 2005. Anochecía y yo regresaba de un orfanato. En la ciudad reinaba el silencio. El conductor, al que no conocía demasiado, empezó a darme conversación. Su nivel de inglés era sorprendentemente bueno. Me preguntó qué hacía en Kandahar; sin entrar en detalles, le expliqué mi proyecto. Me pidió mi opinión sobre la democracia en Afganistán y yo le devolví la pregunta.
–La democracia no va a llegar a Afganistán en mucho tiempo –dijo.
–¿Y qué hay de las mujeres? –le pregunté.
– Golpear a una mujer es amarla -respondió. Tenía veintipocos años.
Escribo esta introducción en 2007. Afganistán sigue siendo una nación que se basa principalmente en el sitema tribal. La lucha por la identidad, las amenazas continuadas y crecientes a la seguridad y las presiones internacionales para desarrollar un nuevo orden han dado lugar a una situación muy complicada. Entre tanta incertidumbre, las mujeres y las niñas son las que se llevan la peor parte. Si estuviese en sus manos, reconstruirían una nación que se desmorona, una tierra codiciada por muchos desde hace mucho tiempo.
Todas las organizaciones occidentales interesadas en las mujeres afganas, desde ONG hasta gobiernos internacionales, parecen poseedoras de la solución para salvarlas. Olvidamos que las personas que más saben sobre mujeres afganas son ellas mismas. El mejor modo de ayudarlas es, antes que nada y sobre todo, escucharlas.
Por ellas empecé a fotografiar esta historia. Por ellas seguiré explicándola.
Acerca de Lana Šlezić:
Lana Šlezić es una galardonada fotógrafa y cineasta canadiense que ha vivido y trabajado en todo el mundo. Lana creció en Port Credit, Ontario. Entre 2004 y 2006 pasó dos años documentando la vida de mujeres de todo Afganistán. Es autora del libro Forsaken, aclamado internacionalmente, que ganó numerosos premios y fue seleccionado en 2008 por American Photo Magazine como uno de los diez mejores libros de fotografía de ese año. Entre otros galardones, también ganó un premio World Press Photo por su serie de retratos de mujeres afganas titulada A Window Inside. Lana ha vivido en la India, Turquía, Afganistán y los Emiratos Árabes Unidos, y su obra fotográfica se ha publicado en medios de todo el mundo como National Geographic, TIME, Newsweek, Der Spiegel, Macleans, The Walrus y muchos más. Su obra también se ha expuesto internacionalmente.
Recientemente, Lana ha vuelto su mirada narradora al cine y ha producido, dirigido y/o rodado varios anuncios y cortometrajes documentales, entre ellos Breaking Caste, Serhiy’s Story y The Little Things. Su último cortometraje, Andy Barrie: The Voice, es un retrato sincero de la lucha del antiguo locutor de radio de la CBC Andy Barrie contra la enfermedad de Parkinson y fue presentado en el Festival de Cine Hot Docs de 2016. Bee Nation es el primer largometraje documental de Lana y ha sido seleccionado como película inaugural del Hot Docs Film Festival 2017.
Enlaces:
Libro Desvelos:
blume.net/catalogo/509-desvelos-9788498012484.html
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