Este libro publicado en 2017 recorre desde la mirada de quienes la han conocido a lo largo de su vida -y también de la propia- lo que fue el proceso que llevó a la española Joana Biarnés a transformarse en renombrada fotoperiodista. En CAPTION reproducimos algunos pasajes de este recorrido que nos muestra cómo la excelencia de su trabajo, su audacia y la defensa de sus convicciones la llevaron a abrirse espacio en un mundo que hasta ese entonces era sólo de dominio masculino.
De Juana Biarnés y sus pasiones
Por Chema Conesa
En ocasiones, la fotografía de prensa descubre, entre sus profesionales, a narradores con mirada propia que acaban por dotar a sus fotografías de una expresión personal más allá de la estricta función de documentar verazmente un hecho. Siempre hemos sabido que una buena fotografía es el resultado de alinear ojo, cabeza y corazón en un mismo plano, pero en el caso de Juana Biarnés no estoy seguro de si estos tres principios están expresados en el orden correcto.
Juana Biarnés ni siquiera quería ser fotógrafa, prefería ser telefonista, pero lo suyo fue un empeño por no defraudar a su querido padre, el fotógrafo de deportes Juan Biarnés, luz y guía de su compromiso ético con el oficio. Su intuición y buena cabeza le llevaron a no masculinizar su fotografía, su competencia no era el valor de la primera línea ni la arrogancia, sino su sensibilidad y empatía por todo lo humano. Su manera aportó una cercanía nueva y desconocida en la prensa de la época, una mirada inquieta empeñada en no resolver la jugada al primer disparo, en seguir, rodear, descubrir la grieta que permite acceder al corazón y obtener un registro aparentemente simple.
La excelencia de evitar lo superfluo. La puntería de acertar con la mirada. La comunicación misma. Su espíritu decidido y la voluntad de no esconder su lado femenino le sirvió para travestirse de rubia cándida, cuando la ocasión lo requería, para derribar muros y conseguir información donde no era fácil obtenerla.
Una entre Todos
Por Natalia Figueroa
Así la veo mientras escribo. Flash back. Juanita, Juana, Joana. Diferentes etapas de su vida. Ella entre todos. Cierro los ojos y ahí está. Con sus cámaras colgadas al cuello, su melena rubia, su camisa de seda (natural, siempre), su alegría de vivir, su fuerza, su sentido del humor, su enorme personalidad. Comiéndose el mundo. Le recriminaban que era lugar para fotógrafos. —Yo soy fotógrafo —les decía. —¡Este es un trabajo de hombres, guapa! —le gritaban. ¿Cuántas veces este estribillo, Juana? Y lo curioso es que nunca había sido aficionada a la fotografía. Quería ser telefonista aunque le fascinaba el laboratorio de su padre. Era un mundo aparte. Siempre quiso que él se sintiera orgulloso de ella. Y lo logró. Su padre adorado. Su maestro.
En septiembre de 1962, una terrible riada devastó la comarca del Vallès. Ella ayudó a su padre a cubrir la tragedia. Fue un impacto brutal. En Pueblo se convertiría en la primera mujer española fotoperiodista. Una escuela de periodismo donde competían en un ambiente de compañerismo. Mítico Pueblo, con Emilio Romero al timón. Y con Juan Luis Cebrián, Tico Medina, Raúl del Pozo, Antonio Olano, Jesús Hermida, José Luis Balbín, Jesús de la Serna, José Luis Navas, Vicente Talón, Yale, Manuel Molés… Y ella entre todos. Pocos escaparon a su cámara: Orson Welles, Buñuel, Nureyev, Polansky, Audrey Hepburn, Raphael, Serrat, los Beatles, Jackie Kennedy, Ava Gardner, Salvador Dalí, El Cordobés, Romy Schneider, Lucía Bosé, Tom Jones… Pero también los pescadores del puerto de Barcelona, los ancianos jugando a las cartas o las recogedoras de azafrán, los mineros…
El Arduo Camino de una Pionera
Por Jordi Rovira
Joana Biarnés i Florensa, nacida en Terrassa en 1935 en el seno de una familia trabajadora, nunca fue una buena estudiante. —Es muy lista, pero se distrae con cualquier cosa —decía el profesor a los padres. En medio de aquel mar de dudas, pensó que quizá le haría ilusión ser telefonista. La figura de Joan Biarnés, su progenitor, fue clave en esos inicios dubitativos. Era un reputado fotoperiodista, corresponsal deportivo en la comarca del Vallès para publicaciones como El Mundo Deportivo, Destino, As, Lean o Vida Deportiva para quienes cubría competiciones básicamente de ciclismo, fútbol y, sobre todo, hockey sobre hierba.
El domingo 18 de enero de 1953, un grupo de siete aficionados a la espeleología se dirigió, siguiendo las indicaciones de un pastor de la zona, hacia una grieta en el macizo Sierra de l’Obac, en Sant Llorenç de Munt (Barcelona). Una vez allí, Llest (Listo, en catalán), el perro de uno de ellos, se adentró en la gruta. Los excursionistas lo siguieron. Aquella grieta llevaba a una sima de 58 metros de profundidad, donde descubrieron una gran sala interior con un conjunto espectacular de estalactitas y estalagmitas hasta entonces desconocida. Aquello debía darse a conocer, así que dos semanas después se dirigieron a casa de Joan Biarnés para pedirle que, al día siguiente, que tenían previsto volver a la sima, les acompañara y lo inmortalizara. Pero este les dijo que, muy a su pesar, le era imposible porque debía cubrir una carrera ciclista a primera hora de la mañana.
A Joana, que tenía 17 años y solo había ayudado a su padre en la fotografía de bodas y comuniones, le supo mal que aquella gente, tan ilusionada con aquel hallazgo, no tuviera unas buenas instantáneas de la sima. Así que cuando ya se disponían a marchar, se ofreció. —Venidme a buscar, que os acompañaré —les dijo. Joana había pedido prestada a su padre una Leica y un flash Blaupunkt, que pesaba más de un quilo y medio.
Una vez en la grieta, bajó colgada de una cuerda junto al resto de excursionistas. Y allí abajo tomó las fotografías. Cuando su padre las vio estuvo a punto de llorar de emoción. El 6 de febrero de 1953 El Mundo Deportivo, diario de referencia en Cataluña, publicaría un reportaje sobre el descubrimiento de la sima y lo ilustraría con una de las imágenes de Joana. Las fotografías provocaron que no solo se ilusionara al ver su nombre en un diario de gran tirada, sino que también vislumbrara, por fin, una incipiente trayectoria profesional.
Por fin sabía qué quería ser. Fotoperiodista. Y para ello, empezó a acompañar a su padre los fines de semana. Ambos configuraron un equipo único en la década de los cincuenta y los sesenta … A lo largo de los ocho años siguientes, solo en El Mundo Deportivo llegó a firmar un centenar de reportajes. Al principio firmaba «Biarnés, hija», aunque poco después firmaría «Juanita Biarnés», lo que reforzaba su propia personalidad y dejaba de ser, al menos a nivel de autoría, un complemento de su padre. Las imágenes de la época muestran a aquella adolescente con sus faldas por los campos de futbol. En ningún momento se planteó renunciar a su feminidad para adaptarse mejor a aquel mundo de hombres. El padre de Joana no fue el único de quien aprendió el arte de la fotografía.
Un joven fotógrafo, Ramón Masats, que revelaba en el laboratorio de Joan Biarnés, también tuvo su parte de influencia. Joana y él se iban algunos domingos a fotografiar juntos. Al puerto de Barcelona. A la gente de la calle. A lo primero que les llamara la atención. Eran fotos de carácter costumbrista. Si ella empezó en aquel mundo con el apoyo de su padre, Masats lo haría de una manera muy diferente. La primera cámara que tuvo fue una Kodak Retina, de fabricación alemana y precio asequible, y él se la compró a los 22 años después de que, poco a poco, fuera quedándose el dinero que su padre le daba para recados. Masats nunca se lo dijo.
Se instala en Barcelona
Mientras estudiaba en la Escuela Oficial de Periodismo, se desplazaba a diario a Barcelona en tren, pero una vez finalizó su formación académica, que le permitió obtener el carné de prensa oficial, le propuso a su padre irse a vivir a la capital catalana.
Una vez en Barcelona, alquiló un pequeño estudio en la calle Madrazo, en el barrio de Sant Gervasi. El ingenio compensó la falta de espacio e instaló el laboratorio de revelado dentro de un armario ropero.
En 1961 se trasladó a Madrid para cubrir la segunda edición de los Seis Días de Madrid, una carrera de ciclismo en pista. La presencia de una fotoperiodista deportiva no pasó desapercibida a los reporteros de Pueblo. Por aquel entonces, su tarjeta personal ya era una declaración de intenciones. «Juanita Biarnés. Reportero gráfico deportivo». Se definía en masculino porque quería ocupar un espacio que hasta entonces controlaban solo los hombres. En Pueblo le hicieron una entrevista que se publicó el 9 de noviembre de aquel año. «Les presentamos a Juanita Biarnés. Aunque cueste trabajo creerlo, es uno de los mejores reporteros gráficos que tiene España», se leía al inicio del texto.
El drama de las riadas
La noche del 25 de septiembre de 1962, la comarca catalana del Vallès vivió una de las peores catástrofes naturales ocurridas en España. Unas riadas, fruto de breves pero intensas precipitaciones, de hasta 215 litros por metro cuadrado, dejaron casi setecientos muertos, aunque algunas fuentes los elevaron a un millar. El agua arrasó todo lo que encontraba, desde la vía del ferrocarril hasta casas y automóviles.
Aquel 26 de septiembre, Joana fotografió el drama de sus vecinos, de la gente con la que había crecido. En sus imágenes se veían cadáveres, ciudadanos expectantes ante el hallazgo de más cuerpos sin vida, familias que lo habían perdido todo. Más de cuatro mil personas perdieron su casa. Por no hablar de los escombros.
Sus fotografías llegaron a las manos de Federico Gallo, periodista de los estudios de Miramar de TVE, en Barcelona, y permitieron ilustrar la noticia de aquel drama. También se publicaron en el semanario de sucesos Por qué.
Fotoperiodista en Pueblo
Pueblo era el órgano oficial de los Sindicatos Verticales. Era un rotativo vespertino con ediciones en Madrid, Barcelona, Sevilla, Bilbao y Zaragoza, una amplia redacción, inicialmente en la calle Narváez, después en la calle Huertas, y muchos lectores. En la década de los sesenta llegó a vender casi 200.000 ejemplares diarios, es decir, uno de los periódicos con mayor difusión de España. Su lectura resultaba amena: se hablaba de sucesos, deportes y cultura, o de moda y toros. Una variedad temática que se apoyaba en las fotografías. Sus periodistas se pasaban el día arriba y abajo, porque Emilio Romero y su redactor jefe, Jesús de la Serna, fomentaron el reporterismo de calle. Cuando llevaba pocos meses en Pueblo, donde sería, durante unos cinco años, la única fotógrafa de la redacción, sin haber llegado a cumplir los treinta años, el 1 de junio de 1964 vio recompensada su labor anterior en El Mundo Deportivo, gracias al trofeo que le otorgó el Vicepresidente del Gobierno denominado Premio al Mérito en la Información Gráfica, uno de los máximos reconocimientos que podían recibir los fotógrafos deportivos de la época.
A aquellas alturas de su vida quedaba claro que Joana vivía avanzada a su tiempo. No solo era la primera mujer de España que ejercía la profesión de fotoperiodista, sino que además lo hacía sin renunciar a su feminidad ni a su libertad y capacidad de decisión, todo lo contrario de la imagen de mujer sumisa al marido que buena parte de la sociedad española tenía asumida. Quizá por ello sabía que no le sería fácil tener una relación sentimental con un español.
Un día, Alberto Oliveras, como ella, periodista catalán afincado en Madrid, le comentó que había llegado un chico francés que trabajaría con él en Ustedes son formidables de la SER, el primer programa de radio solidario de España, todo un fenómeno de masas. Oliveras le pidió si podía enseñarle un poco Madrid. Joana aceptó. Aquel periodista francés se llamaba Jean Michel Bamberger y resultó ser su media naranja. La química entre ambos surgió desde el primer momento y se hicieron inseparables. Además, Jean Michel venía de un país mucho más avanzado en sus usos y costumbres que la España franquista, y no solo entendía el planteamiento vital de Joana, sino que era contrario al machismo imperante en España.
Tres horas con los Beatles
El ingreso de Joana como fotógrafa en nómina en Pueblo coincidió con la visita de los Beatles. El 1 de julio de 1965, el cuarteto de Liverpool llegaba a España. Aquel año había empezado con manifestaciones universitarias por la libertad sindical, así que la visita incómoda de aquellos jóvenes a los que se asociaba con las drogas y una vida poco ejemplar no hacía ni pizca de gracia a las autoridades del momento, que habían hecho, sin éxito, todo lo posible para impedir aquella visita. Joana cubrió la llegada del grupo al aeropuerto, así como la multitudinaria rueda de prensa en el hotel Fénix de Madrid. Pero aquellas fotos no tenían nada de originales y no quedó contenta.
Al día siguiente estuvo en el concierto donde no solo fotografió a los Beatles, sino también a personalidades del público, como Ava Gardner o Rocío Durcal. Gracias a la buena relación que mantenía con José Luis Ceballos, relaciones públicas de Iberia, consiguió un billete para el vuelo que al día siguiente el grupo tomaría para desplazarse a Barcelona, donde estaba previsto un segundo y último concierto. Así fue como aquel 3 de julio, una vez dentro del avión, se fue al baño desde donde fotografió a los integrantes del grupo, que le quedaban a pocos metros. Al final se fue animando hasta que los responsables de seguridad la descubrieron y le pidieron que se fuera. Aquellas fotos ya eran otra cosa. Eran diferentes, únicas, aunque decidió que no era suficiente.
Al llegar a Barcelona, los Beatles se instalaron en el Avenida Palace. Joana conocía al personal del hotel y les preguntó si había manera de llegar hasta la habitación donde estos se hospedaban. —Olvídalo —le advirtieron— hay seguridad en la puerta del ascensor. —¿Y en el montacargas? —preguntó. Allí no lo sabían. Así que lo probó y tuvo suerte. Nadie vigilaba el montacargas. Se dirigió a la habitación y llamó a la puerta. Le abrió Ringo Starr. —You? —preguntó, sorprendido. La recordaba del avión. —One picture only (solo una foto) —suplicó Joana en un inglés macarrónico. Él accedió. Y así fue cómo, de golpe, se hallaba a solas en la habitación con los Beatles.
Amistades y vivencias
La anécdota con los Beatles dio más renombre a Joana entre sus compañeros de profesión, aunque los famosos ya la conocían de sobras pues cubría desde la crónica social al mundo del espectáculo, la moda y la cultura, lo que le permitía fotografiar a los principales personajes de la década de los sesenta y setenta en España. Muchos de ellos tenían una gran relación con aquella mujer risueña de carácter abierto a la que podían confiar sus secretos. Fue así como estableció lazos de amistad con Joan Manuel Serrat, Pilar Miró, Sara Montiel, Dalí, El Cordobés, la Duquesa de Alba o Lola Flores, entre muchos otros. Ello no solo le permitía estar cerca de ellos cuando era necesario (Lola Flores, por ejemplo, solo la avisó a ella el día en el que organizó una fiesta en su casa, en la que estaban Yul Brinner y Audrey Hepburn), sino también conseguir fotografías únicas que destilaban proximidad y ofrecían una mirada distinta. También supo ofrecer una mirada original en la fotografía de moda.
Sin embargo, detrás de aquel ambiente de fiesta y famoseo de la España franquista, ocurrían auténticos dramas. Como en el centro San Fernando de Madrid, regentado por salesianos y que acogía huérfanos e hijos de madres solteras. Allí los niños pasaban hambre y la violencia y los abusos sexuales eran el pan de cada día. Las cosas empezaron a cambiar a resultas de la visita, en marzo de 1968, de Joana y José Luis Navas. El centro estaba advertido de que irían dos periodistas, pero aun así sus responsables no consiguieron ocultar los maltratos.
Fotógrafa de Raphael
En esos años ya había surgido el fenómeno Raphael, el joven cantante que encandilaba a las adolescentes. Emilio Romero dijo a Joana que le acompañara allí donde fuera. Raphael vendía discos pero también conseguía vender muchos periódicos. Poco a poco la relación de ambos se haría más intensa hasta convertirse en su fotógrafa personal. Lo acompañaba en sus giras y se encargaba de las portadas de los discos. En 1972, Emilio Romero suspendió a Joana de empleo y sueldo durante un mes después de que algún compañero, envidioso por los constantes viajes de esta con Raphael, se quejara de lo poco que Joana aparecía por la redacción.
Por aquel entonces, el ambiente en Pueblo se había enrarecido, al igual que la situación política, pues ya se intuía el fin del franquismo. Joana, disconforme con la decisión, dejó el periódico, dando por finalizado un período de nueve años intensos. Aquello no supuso ningún problema laboral, porque tenía mucho trabajo con Raphael. Además, Luis María Ansón, subdirec-tor de ABC, hacía tiempo que le insistía para que se fuera a trabajar al periódico de los Luca de Tena y formara equipo con la periodista Natalia Figueroa, quien aquel año se casaría con Raphael y con quien Joana mantenía una excelente amistad. Y así fue. A partir de entonces, la vida de Joana pivotó en torno a Raphael y Natalia.
En aquella época Joana empezó a alternar aquel trabajo con el de algunas agencias. Fue directora de Cosmopress y responsable de reporteros en Contifoto hasta que con Jean Michel y otros compañeros de profesión montaron su agencia propia. Primero fue Sincro Press —donde contó con el apoyo de profesionales como su secretaria, María Jesús González, o la periodista Paola Ungareli—, y después Heliopress. Una época, la de la agencia propia, en la que, sobre todo, se dedicó a cubrir rodajes cinematográficos en Hollywood. Así, por ejemplo, estuvo en el rodaje de Primera Plana de Billy Wilder. En un descanso del rodaje se puso a fotografiar a Jack Lemmon, que aprovechaba los momentos muertos para tocar el piano. —¿Viene de España para fotografiarme? ¡Pues sí que soy importante! —bromeó Lemmon.
Adiós al periodismo
Con la llegada de la década de los ochenta y el asentamiento de la democracia, Joana por fin pudo trabajar sin la censura propia de la dictadura. No obstante, teniendo mayores cotas de libertad y menos prejuicios sociales, prueba de ello es que cada vez había más mujeres fotoperiodistas, Joana abandonó la profesión que tanto amaba. Ello se explica por la aparición de los paparazzi, fotógrafos sin escrúpulos que harían cualquier cosa por una fotografía, sobre todo de personajes conocidos. Así que, en 1985, con la misma determinación que durante años había aplicado al periodismo, ahora se despedía de la profesión, guardó las cámaras y junto a Jean Michel iniciaron una nueva aventura profesional en la hostelería.
Reconocimiento inesperado
Joana lidiaba con la maculopatía cuando se presentó en su casa Cristóbal Castro, un fotógrafo de Terrassa. Estaba preparando una exposición de fotografías de la década de los cincuenta sobre las riadas y le habían hablado de su trabajo en medio de aquel drama. Joana buscó las imágenes que tomó en su momento y Castro rápidamente se dio cuenta de la calidad de las mismas. Fue entonces cuando también descubrió aquel archivo que llevaba más de veinte años encerrado en cajas y que era la crónica de los acontecimientos más importantes de los sesenta, setenta y parte de los ochenta. No solo eran las riadas. Eran, también, Orson Welles, los Beatles, Raphael, la soldadera Herminia, los primeros hippies… Castro insistió en estudiar a fondo el archivo para organizar una exposición solo con las fotografías de Joana, quien no entendía el valor que le veían a aquellas fotos.
Cuando Castro estaba inmerso en esta labor tuvo una charla casual con quien escribe este texto, lo que despertó el interés de la productora REC, formada por Òscar Moreno y Xavier Baig. De ahí surgió el proyecto de un documental sobre la vida y obra de Joana. A partir de entonces, todo se aceleró. Los años siguientes fueron frenéticos. Primero, en verano de 2014, tuvo lugar la exposición de Terrassa, la primera antológica de su obra («El rostro, el instante y el lugar») organizada por el ayuntamiento de esta localidad en la céntrica Sala Muncunill. En la primavera de 2015, el documental Joana Biarnés. Una entre todos sobre su vida se proyectó en cines de toda España, se emitió por televisión (TV3 y TVE) y participó en varios certámenes, siendo reconocido con varios premios, como los de los festivales de Málaga, el Memorimage de Reus o el Internacional de Documentales de Barcelona, entre otros. En total, entre cine y televisión, la película acumuló medio millón de espectadores.
Si bien Joana ya había participado en el Seminario de Fotografía y Periodismo de Albarracín como invitada especial y la editorial La Fábrica le había dedicado un número de la reconocida Biblioteca de Fotógrafos Españoles (PHotoBolsillo), el documental impulsó definitivamente su figura. El sector profesional y las instituciones se volcaron en ella y Joana empezó a recoger premios y condecoraciones. La Creu de Sant Jordi de la Generalitat de Catalunya, la Medalla de Honor de la ciudad de Terrassa, la insignia de oro de los Informadores Gráficos de La Rioja, el premio a una trayectoria de la Federación de Editores en prensa catalana o el premio Juan José Castillo de Periodismo de El Mundo Deportivo son algunos de ellos. A estos galardones se sumó la producción de dos exposiciones más sobre su obra, que en los últimos años se pueden visitar en diferentes ciudades de España.
Joana vive este reconocimiento con la misma ilusión que un día muy lejano se volcó en el periodismo y que, además, le llega con la cámara colgando del cuello. Porque, con ochenta años cumplidos y solo un 30 por ciento de visión, Joana decidió volver a la fotografía. Y lo hizo sin perder un ápice de todo aquello que ha marcado su trayectoria: la humildad, la tenacidad, la coherencia y el espíritu de lucha.
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