por Ignacio Izquierdo y Luis Sánchez
A pocos días del estreno de la película “Sergio Larraín: El instante eterno”, que aborda la vida del destacado fotógrafo chileno cuyo trabajo traspasó las fronteras, CAPTION conversó con su director, Sebastián Moreno, para conocer detalles de este documental que se adentra en el personaje a través del relato de familiares, amigos y discípulos de este maestro de la fotografía.
Sergio Larraín es uno de los fotógrafos más famosos de Chile, que formó parte de la reconocida agencia internacional Magnum y que dejó atrás esa vida para retirarse del mundo en la zona precordillerana de Ovalle. Un personaje enigmático, de carisma muy particular, que traspasó las fronteras con sus imágenes, captando el momento presente y su entorno desde una perspectiva singular, y que también tuvo una faceta más espiritual que quedó registrada en libros y cartas a sus amigos.
Fueron precisamente esos textos los que despertaron en el realizador y fotógrafo chileno Sebastián Moreno un especial interés por Larraín, motivándolo a embarcarse en esta aventura de contar su historia en la voz de quienes lo conocieron, compartieron su vida y su trabajo.
“Larraín siempre fue un referente que estuvo presente como otros fotógrafos chilenos como Quintana, como Chamúdez, Paz Errázuriz, en fin, todos eran fotógrafos que había que conocer. Estaba el libro “Valparaíso”, “El rectángulo en la mano”, era uno más de los fotógrafos que uno conocía. Pero un día aparecieron en mi casa unos libritos blancos sin fotografías que también eran de Sergio, pero eran sólo con textos y se llamaban “Textos para el kínder planetario” y esos textos hablaban de un camino de búsqueda interior, de la luz interior, eran libros espirituales, místicos, con fragmentos, frases, era una guía espiritual. Y me llamó la atención ese cruce, ¿qué sucedió con esta persona que hacía fotos exteriores y que pasó a escribir sobre este mundo interior?”, plantea Moreno.
Luego del fallecimiento de Larraín en 2012 se hicieron varios reportajes que dejaron ver un poco más la vida familiar e íntima del fotógrafo. “Aparecieron hijos, aparecieron hermanos y era muy interesante porque antes de eso Sergio no daba entrevistas, había muy poca información de él dando vuelta, era muy difícil responder esas preguntas iniciales: ¿por qué deja de fotografiar?, ¿por qué abandona la fotografía?; porque en este acto de retirarse se crea el mito, ¿se volvió loco?, ¿se murió?, nadie sabía dónde estaba, un poco desaparece”, agrega el realizador.
Ese enigma motivó a Sebastián Moreno a adentrarse en la búsqueda del personaje. Fue un trabajo de producción intenso pero que también tuvo muchas sincronías que permitieron contar con testimonios únicos que fueron armando el hilo conductor de esta historia que se estrenará el viernes 4 de junio a través de la plataforma Punto Ticket. Las funciones -vía streaming y sólo para el territorio chileno- se repetirán el 5 y 6 de junio a las 21.00 horas.
De Magnum a Ovalle
La partida de Sergio Larraín dejó muchas interrogantes y despertó en Sebastián Moreno el imperativo descubrir la historia detrás de sus fotos. “La única opción era encontrar testigos de época, gente que hubiese convivido con él, que tuviese una relación cercana con él, que nos pudiese contar alguna anécdota”. Y así partió esta producción, entrevistando a su familia, hijos, hermana, amigos, discípulos, gente que trabajó con él, ex parejas, cada una con un relato que lo fue encaminando en un viaje que lo llevó hasta la agencia Magnum, fundada en 1947 por los reconocidos fotógrafos Robert Capa y Henri Cartier Bresson y que en 1959 fichó como socio al chileno Sergio Larraín. “Al revisar ahí las tiras de contacto, empiezan a haber coincidencias, empezamos a encontrar a estos personajes que nos contaban historias y que estaban en las fotos de Sergio”.
Uno de sus amigos era Josef Koudelka, a quien había conocido en París y con quien mantenía un constante intercambio epistolar. Para Moreno era una voz necesaria en el documental, sin embargo, no fue fácil llegar a él. “Estando en Magnum una tarde con la persona que estaba trabajado, que era el director de digitalización de la agencia, me dice vamos a tener que parar un rato porque tengo una reunión con Josef Koudelka en unos minutos más”. Las sincronías -como señala Moreno- hicieron que coincidieran en el mismo edificio, lo cual aprovechó para intentar abordarlo. Tras un primer y fallido intento, decidió ingresar a la sala donde se encontraba trabajando Koudelka para pedirle un testimonio a lo cual no accedió. “Entonces le digo: yo encontré una carta en que le dices que por favor no te mande más cartas, prende la cámara y mándame fotos, quiero ver tus fotos”. Sorprendido por esta revelación, finalmente accede a dar su testimonio.
Mientras la fama y reconocimiento de Larraín aumentaba había algo que lo mantenía inquieto y eso lo lleva en una intensa búsqueda interior que termina por apartarlo de las luces, el ruido y las grandes ciudades. Para el director de “El instante eterno” lo que hacía era “buscar sanarse también algo de paz, de tranquilidad, que lo hiciera feliz, porque siento que cuando alguien busca algo espiritual es porque hay un dolor, un pasado que no te deja ser feliz. Y yo creo que a Sergio le costó mucho sanarse y aceptarse a sí mismo. Y eso lo lleva a la localidad de Tulahuén al interior de Ovalle, un lugar que le daba paz, un lugar detenido en el tiempo que se ajustaba a lo que él buscaba”.
Allí Larraín permaneció oculto a la vista de todos, meditando e impartiendo clases de yoga. Así lo conoció Óscar Gatica, fotógrafo de eventos de Ovalle, quien de a poco descubrió que era Sergio el fotógrafo. Su testimonio forma parte de este documental y da cuenta de las conversaciones que sostuvieron y lo que aprendió de él.
Y es que su pasión por la fotografía nunca la abandonó. “Él siempre siguió haciendo fotos, ahora con más desprendimiento, con mucha más soltura y sobre otros temas. No era el capo de la mafia, no era el Sha de Irán, no era la bohemia porteña, era el tallo de una hoja, la sombra de su cama, la sombra de una silla al atardecer en la ventana. Con la humildad de saber que no son grandes fotos sino el registro de un estado anímico, espiritual de un momento determinado, de un instante”, enfatiza el realizador.
Cineasta hijo de fotógrafos
Sebastián Moreno nació en el seno de una familia de fotógrafos, su padre, además, trabajaba en el laboratorio fotográfico y archivo de la Universidad de Chile. “Del colegio me iba a su oficina hasta que nos íbamos a la casa a la tarde, me pasada metido en el laboratorio, mirando archivos, jugando a imprimir papeles fotográficos con figuritas, en fin, la fotografía siempre fue una compañera de juegos, de entretención”. Agrega que así se formó su ‘ojo fotográfico’, “jugando, mirando, acompañando a veces a mi papa a hacer trabajos, aprendiendo a cómo se revela. Siempre estuvo presente, siempre fue como un oficio al que no llegué profesionalmente, nunca estudié fotografía, más bien hice unos cursos de cámaras estenopeicas para aprender a construirlas”.
En 1989 estudia comunicación audiovisual y luego se perfecciona en el extranjero como director de fotografía en cine y se especializa en el formato documental. Su primer largometraje como director fue “La ciudad de los fotógrafos” (2006) que aborda cómo era hacer fotografía en tiempos de la dictadura militar. “La película nace también por el contexto que me toca vivir en Chile. Tenía un año para el golpe militar y mis padres decidieron no irse del país. No fueron perseguidos políticamente pero tampoco eran partícipes del régimen de Pinochet”. Recuerda que si eras de oposición no se podía decir lo que se pensaba y, por lo tanto, a los niños tampoco se les contaba todo. “Entonces siempre había una sensación de sentirse un poco extranjero en el país propio, porque por un lado uno veía cosas, conversaciones íntimas en la familia, pero, por otro lado, uno tenía que convivir con personas comunes y corrientes que pensaban a veces distinto. Y yo conocí a los fotógrafos, pude ver sus fotos en el laboratorio de mi papá porque era un lugar seguro para revelar blanco y negro, porque no podías revelar en cualquier parte, hacer imágenes en dictadura era peligroso, la gente podía desaparecer por hacer una foto en el momento y lugar equivocado”.
Esas imágenes formaron parte de su álbum familiar “eran los tíos, eran los amigos de mi papá, de mi mamá, venían a nuestra casa y ya convertido en cineasta me volví a encontrar con estas imágenes. Y fue un golpe de recuerdos muy fuerte porque me trasladó a esa infancia, a esa infancia en que a veces uno tenía más bien una emoción que una certeza, como niño uno sentía el ambiente podía percibir que los adultos sentían cosas que no te decían, había un clima hostil para un sector de la población y eso uno lo absorbe como niño”.
De esa investigación aparecieron otros temas que le llamaron la atención, historias que debían ser visibilizadas, como “Habeas Corpus” (2015) y “Guerrero” (2017). “Una era la historia de Manuel Guerrero, hijo de un profesor degollado el año 85 junto a Parada y Natino, yo me hice amigo de Manuel, empezamos a conversar más de su historia personal, del viaje que había hecho personalmente y era una tremenda historia (…) volvimos entonces a los países donde vivió durante su exilio durante su infancia. Y ahí comenzó un viaje muy bonito porque volvimos a Moscú, a la ex Unión Soviética, a Hungría a Budapest, a Berlín en Alemania Oriental, fueron los lugares que acogieron a Manuel, a Suecia, entonces se iba reencontrando con lugares, con monumentos, con símbolos también que ya no significaban lo mismo para él. Fue un viaje bien intenso, fue una película larga, exigente, porque era entrar en la intimidad de una persona”.
“Habeas Corpus” está basada en el trabajo de contrainteligencia realizado por la Vicaría de la Solidaridad en tiempos de la dictadura. “Se llama ‘Habeas Corpus’, porque es la figura legal que ellos utilizaron, ahí existió un abogado que se llamó José Zalaquet que ya falleció, él debería tener un monumento en Chile porque él tomó esta figura legal creada por los ingleses que significa que cuando detienen a una persona deben llevarla ante un juez para certificar que físicamente está en buen estado, física y mentalmente, está detenida pero está en buen estado (…) decidimos que el hilo de la historia debía ser la información porque, además de dar ayuda lo que hacían era recopilar información. Ellos tomaban el testimonio de las víctimas, de los sobrevivientes, de los familiares, y la iban archivando y van generando un archivo con información aparentemente desconectada, pero había un equipo de analistas que encabezaba José Manuel Parada, y toda esa información, leída de una manera apropiada, cruzada de una manera apropiada, revelaba cómo operaban los organismos de inteligencia en la dictadura. Me pareció fascinante, era la contrainteligencia de la DINA o de la CNI, pero eran abogados, periodistas, sociólogos, curas, monjas, entonces la película propone hacer un interrogatorio a estos agentes de inteligencia, confiesan lo que realmente hacían que era recopilar información, pero no para matar a nadie, sino que para salvar vidas”.
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Trailer oficial, Sergio Larraīn: El Instante Eterno