Jose Manuel Gonzalo: SEGOVIA, EL PLACER DE VER CRECER LA HIERBA

Segovia: el placer de ver crecer la hierba.

por Jose Manuel Gonzalo

Al igual que para visitar Venecia se recomienda entrar en barco y para ver New York es preferible hacerlo desde un avión, para entrar en Segovia es menester hacerlo por el Puerto de Navacerrada.

Tras atravesar el Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama, la carretera inicia un suave descenso que discurre entre frondosos pinares y verdes praderas rodeadas de montañas por los que el viajero deja vagar la vista y los sentidos en un paseo que no desea que termine nunca. Al fin, el vehículo entra en la ciudad por una tranquila avenida bordeada de parques, colegios y edificios de baja altura que le confieren un carácter amable y provinciano.

© José Manuel Gonzalo
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El Acueducto le espera, solemne, al final del camino. El más famoso monumento de la ciudad nace cerca de Valsaín y llega hasta Segovia, unos tramos bajo tierra y otros sobre ella hasta alcanzar su punto más alto en la Plaza del Azoguejo, auténtico centro neurálgico de la ciudad. Es aquí donde se reúnen los jóvenes, los jubilados y los cientos de turistas de todas las nacionalidades que llegan en autobuses a cada momento y se desplazan en largas filas siguiendo a un guía que, paraguas o banderín en ristre, avanza Calle Real adelante mientras, por un megáfono, les va ilustrando de lo más interesante que pueden ver a su paso, parando en cada esquina, en cada monumento, hasta llegar a la Plaza Mayor, donde los guías se toman un descanso mientras los turistas reponen fuerzas en las múltiples terrazas y restaurantes que llenan los soportales.

© José Manuel Gonzalo
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Pero no es ésta la actividad que el viajero ha venido a buscar a Segovia. Su recorrido comenzará cuando se levante al día siguiente y al abrir la ventana recuerde a Homero, en La Odisea, exclamando: “Y al punto, se descubrió la hija de la mañana, la Aurora de rosáceos dedos…”. Porque si hay algo en Segovia que merece la pena ser visto es la contemplación del alba sobre los arcos del Acueducto. El viajero, extasiado, observa los cientos de vencejos que, a esas horas, sobrevuelan el monumento en una danza que se repite desde tiempo inmemorial y que, al cabo de un rato, de una forma tan rápida como llegaron, se dispersan en abanico mientras un silencio, solo roto por el susurro del viento o por los pasos de los transeúntes ocasionales, se apodera del espacio de una forma casi palpable.

© José Manuel Gonzalo
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El viajero inicia su andadura calle arriba, a esa hora libre de megáfonos y de turistas, mientras observa pausadamente los esgrafiados que cubren las centenarias fachadas. Ha llegado a la Plaza de las Sirenas, como aquí la llaman. Su fisonomía de porte medieval, con el Torreón de Lozoya al fondo y la suave pendiente por la que discurren sus escalinatas le recuerdan poderosamente a Arezzo, una bella localidad toscana con la que guarda una gran similitud. A poca distancia se encuentra la Plaza Mayor y de ella parte una estrecha calle que le lleva a la Iglesia de San Esteban cuya torre-campanario, una maravilla de 56 metros de altura, representa el máximo exponente del románico español. Segovia atesora una de las mayores concentraciones de iglesias románicas de toda España, pero ninguna iguala en elegancia a la “reina de las torres bizantinas”.

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Aún le queda mucho recorrido a través de las intrincadas calles del casco viejo y muchos lugares interesantes por los que perderse, la Judería, las Canonjías, y un poco más alejado, el Monasterio de San Antonio el Real con su increíble bóveda celeste, o la iglesia de la Veracruz, la más misteriosa de Segovia, cuyo origen se disputan Templarios y Caballeros del Santo Sepulcro, y a la que se atribuyen importantes fuerzas telúricas de dimensiones desconocidas…

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Las horas pasan deprisa y el viajero, exhausto, dirige sus pasos hacia el lugar que, más allá de los monumentos y de su arquitectura medieval, confiere a Segovia un carácter único: el Río Eresma. Antonio Machado refería en sus cartas a Guiomar: “Hoy he podido pasear por los alrededores de Segovia, la alameda del Eresma, San Marcos, La Fuencisla, el Camino Nuevo…” Ninguna ciudad puede presumir de poseer un entorno verde tan fascinante como el que discurre por sus faldas, bordeando la muralla, y que se prolonga a lo largo de sucesivas alamedas, desde San Lorenzo hasta San Marcos, siempre con el murmullo incesante del río como telón de fondo y acompañado de las torres y campanarios de la ciudad asomando sobre las copas de los árboles durante todo el recorrido. Un lugar privilegiado en el que aún es posible percibir el paso de las estaciones, donde el olor de las higueras envuelve al caminante en verano y un manto blanco tamiza el sendero en invierno, pero cuyo máximo esplendor se produce en otoño, cuando un baño de oro recubre todo el conjunto y le otorga una belleza sin igual.

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Al caer la tarde, el viajero quiere terminar su recorrido subiendo al Mirador de los dos valles, una fantástica atalaya desde la que puede contemplar cómo el Alcázar, cual si fuera la proa de un gigantesco navío, navega flanqueado por los ríos Eresma y Clamores, mientras el resto de la ciudad se prolonga tras él sin perder su estela. En este atrezzo, que asemeja el decorado de una gigantesca ópera wagneriana, el viajero ve pasar a todos los personajes que ha conocido durante la jornada, la señora Carmen, la dueña de la frutería que, amablemente, le indicó cómo llegar a la Sinagoga mientras le recomendaba un restaurante cercano donde poder saciar su apetito por un módico precio, que no está la cosa para derrochar…decía la buena señora…, el paisano que se sentó a su lado en un banco de la alameda y le contó la leyenda de la Mujer Muerta: “¿No la conocía usted?” preguntó sorprendido, momentos antes de comenzar el relato… y tantos y tantos otros que le hicieron pensar que Segovia no es una ciudad para ser visitada sino para ser vivida, disfrutada gota a gota, como si el tiempo no existiera, y de pronto le vino a la mente una frase con la que alguien definió una vez el cine de Eric Rhomer, y que bien podría ilustrar el sentido de la vida en esta entrañable ciudad: “Segovia. El placer de ver crecer la hierba”.

© José Manuel Gonzalo

 

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© 2019 Caption Magazine. ISSN 0716-0879