Paco Elvira: La herencia de un archivo histórico
Paco Elvira: La herencia de un archivo histórico
Texto: Andrea Elvira
Heredé sus ojos verdes. Y también, el archivo fotográfico de una vida entera.
Muchas veces, el estilo de una obra fotográfica es definida como “la mirada de un fotógrafo”, y siento que es una manera muy bella, y a la vez, justa, de categorizarlo. Porque en mi casa vivo con más de un millar de negativos, diapositivas, cámaras, libros publicados, revistas y reportajes. Un archivo fotográfico histórico. La mirada a lo largo de cuarenta-y-cuatro años de un fotógrafo, mi padre, Paco Elvira.
Es indiscutible que en el fotoperiodismo de los 70 existe una mirada crítica en la representación de la sociedad. El ojo dispara a las injusticias sociales: las carreras de “los grises” tras los manifestantes, los parados, las enfermedades, la pobreza.
Así fueron los comienzos de mi padre, en un cuarto de la calle Mandri donde revelaba los negativos que retrataban la lucha universitaria de aquellos años en Barcelona.
Era ágil y sabia escabullirse de la policía. Siempre se quedaba hasta el final, decía que era el mejor momento para hacer fotos.
Sus compañeros lo definían como un fotógrafo tranquilo, calmado, sigiloso, discreto, con cara de buen niño. Sabía cómo acercarse a las personas que fotografiaba. Quizás gracias a eso, su trabajo documental de la Transición es tan importante, porque el momento es protagonizado por sus gentes, no sus políticos, ni sus acontecimientos.
Su trabajo junto al periodista Xavier Vinader es clave para entender el periodismo de investigación de la época.
Juntos fotografiaron clandestinamente elementos ultras de todo tipo, acudieron a citas secretas con informadores turbios, incluso tuvieron varios encuentros secretos con un comando de ETA.
Quizás su trabajo más personal es el conflicto del IRA, en Irlanda del Norte.
Llegó por primera vez a Derry, en el Ulster del verano del 73. Tenía 24 años y con el dinero que consiguió al vender su Seat 600, pasó dos meses haciendo fotos en Gran Bretaña.
En Irlanda del Norte se alojó en casas de católicos. Cuenta que, en ese verano, no había periodistas y los soldados llegaron a detenerlo hasta en 3 ocasiones.
Su única acreditación era una carta de la Gaceta Universitaria, por aquél entonces aun cursaba la carrera de Ciencias Económicas, carrera que abandonaría el último año para dedicarse al fotoperiodismo.
Más tarde, regresó, pero esta vez siendo enviado especial de algunos de los medios más importantes del país.
Se enamoró de los paisajes, verde esmeralda. De sus barrios, degradados. De su luz, siempre cambiante.
Hay 25 años de diferencia entre la primera y la última foto.
La primera fue una foto en blanco y negro de un vehículo blindado británico patrullando por el desierto desfiladero formado por las casas del Bogside, en Belfast.
Su última foto fue un arco iris, a color. Lo que el consideró un augurio de esperanza para el futuro de las tierras del Ulster, y el punto y final al trabajo al que dedicó más de 25 años.
Fue uno de los primeros fotoperiodistas internacionales en llegar a Portugal, en la Revolución de los Claveles.
También viajó al sudeste asiático en los 70. Allí visitó pueblos mongoles y chinos que veían un extranjero por primera vez.
Su enorme legado, que habita tal y como lo dejó, perfectamente ordenado, en mi casa, ha sido durante estos diez años desde su pérdida un refugio para el duelo que supone perder a un padre. En palabras de Javier Gomá, filósofo, escritor y ensayista que ha relatado como nadie la muerte de un padre: “Queden con nosotros para siempre, como tesoros preciadísimos, aquella imagen póstuma y aquella obra artística que nos ayudan a vivir con nobleza, que nos elevan a un ideal superior de lo humano y que, en fin, nos descubren el camino que conduce a escondidas reservas de inteligencia y alegría aún existentes en este viejo mundo, donde todo desengaño, vulgaridad y tristeza parecen tener su asiento.”
Pero también ha sido un trabajo más. Una ardua tarea que consiste en preservar, difundir, promover y revalorizar la obra fotográfica de mi padre.
Durante estos 10 años me he preguntado muchas veces si es mi responsabilidad difundir parte de la memoria colectiva de este país.
Supongo que en eso consisten los archivos fotográficos, en memorias vivas de un tiempo pasado que forman parte de la sociedad.
La respuesta, aunque ofrece muchas dudas, como, por ejemplo, la falta de interés institucional por preservar estos archivos, siempre redundan en algo muy simple: la pasión y dedicación que puso durante su carrera no puede caer en el olvido.
Es por eso que siempre recuerdo las palabras de mi padre: “Yo creo que son cosas que pasan a lo largo de la carrera de un fotógrafo, por lo menos a mí me pasa, no sabes cuando volverán a pasar, es un momento que de repente…estás en un lugar maravilloso, la luz toma unas condiciones espectaculares y en ese momento te invade como una especie de paz y absorbes toda la belleza y te dices: qué suerte tengo de estar lo que estoy haciendo.”
Y eso es lo que me mueve, la belleza.
Mi lucha es incansable: reconstituir y seguir fomentando el valor del fotoperiodismo a través del legado de mi padre.
A lo mejor nos hacen falta más miradas. Más ojos verdes.