Mirarte Etiopía

Mi incursión en la fotografía fue totalmente autodidacta, investigando y buscando los recursos que necesitaba para generar mi propio lenguaje y así poder transmitir la visión de las realidades que me he ido encontrando en diferentes partes del mundo.

Desde un principio he sentido la inquietud de retratar al ser humano, de interaccionar con diferentes culturas y conseguir un diálogo que consiguiese conectar al espectador con el protagonista de la foto, avanzando un paso más al instante que yo vivía en el momento de llevarla a cabo.

El viaje me ha llevado a diferentes lugares del mundo: India, México, Marruecos, Etiopía… En todos ellos me he encontrado con miradas profundas, hijas de sus realidades y con telones de fondo tan dispares que me hacían replantearme el cómo, el dónde y el cuándo. La riqueza cultural y la estética sublime se mezclan en muchos casos con la miseria y la cruel realidad de los que la viven, y te hacen mirar a través del objetivo como si de un caleidoscopio se tratase, aunando desgracias y miradas llenas de amor. Felicidad rodeada de color y ojos con una profundidad de siglos en caras de niños de pocos años, o explosión de ritos y fiestas ancestrales con personas que casi están fuera de sus cuerpos.

El proyecto de Etiopía lo vengo desarrollando desde hace dos años, son muchos los factores que me hacían pensar en él con un especial interés e ilusión. La mayor parte se desarrolla en las tribus que se sitúan en el valle del río Omo: Hammer, Arbore, Karo, Dassanech, Mursi y Bodi. Todos ellos viven apartados relativamente de lo que consideramos “civilización”, con su forma de vida primitiva y siguiendo patrones de conducta que van más allá de la estética que los caracteriza. Sin embargo, tengo claro que tienen los días contados, y este convencimiento me hace poner especial énfasis en retratarlos como seres humanos únicos, antes que se contaminen y lo que se entiende por progreso los engulla y los socialice, probablemente como parias, haciéndoles perder su espíritu ancestral y su esencia.

Poder contemplar a estos pueblos primitivos en sus territorios, en el medio en que vienen desarrollando su vida desde tiempos inmemoriales, me hizo comprender que ni siquiera tienen el concepto de ser etiopes, para ellos su tierra no entiende de fronteras, no al menos de lo que nosotros consideramos como tal, sus límites los marcan la naturaleza y los accidentes geográficos, o la “propiedad” antigua por pertenecer a uno u otro clan… Pasan de lo que nosotros sobre el papel denominamos Etiopía, Sudán del Sur, o Kenia sin ser conscientes de esos conceptos políticos territoriales. Esta libertad como concepto romántico no impide que viera la dureza de sus condiciones de vida y, en una reflexión más profunda, decidí centrar mi proyecto un paso más, quería ahondar en la vida de las mujeres y los niños.

La mujer es el pilar de la vida, esta máxima lo es en todo el mundo en cuanto a realidad biológica generadora, pero en África adquiere unas dimensiones absolutas : la mujer sometida a las más duras condiciones es la responsable de la crianza y la educación de los hijos, de los pequeños cultivos, de acarrear el agua, de preparar las comidas, del pastoreo alternando la tarea con sus hijos, algunos tan pequeños que parecen incapaces de manejar su cayado… Administran sus bienes, por muy escasos que sean, pero no deciden sobre ellos.

La sociedad patriarcal es una realidad clara y palpable en esas tribus también, donde los hombres seleccionan sus mujeres a cambio de dotes y pueden practicar la poligamia porque culturalmente siempre ha sido así. Soy consciente de que no se puede abordar el tema de la infancia y la mujer en estos pueblos primitivos desde nuestros patrones occidentales, no podemos hablar de mujeres sometidas o maltratadas por ver que son valoradas por el tamaño de un plato que colocan en sus labios, o que unos collares que dan unas imágenes estéticamente preciosas en realidad indican un estatus de primera, segunda o tercera esposa… No pretendía juzgar. Sólo encontrar el alma detrás de esas miradas, leer en sus ojos teñidos en muchos casos por la huella de la malaria, lo que la dureza de sus condiciones de vida y su empeño habían escrito… Establecer un diálogo vital.

Fotografiar esa belleza extrema de la juventud con todos los adornos que tanto nos impresionan y esa vejez de sonrisas serenas y cansadas… Esos seres humanos que parecen estar en el principio y el final de la cuerda, pero que en muchos casos la vida les acerca mucho más de lo que pensamos, porque los niños abandonan la infancia mucho antes de lo que les correspondería y la vejez les alcanza más por desgaste que por edad real. Mirarte Etiopía es un proyecto de conexión entre almas a partir de la mirada.

Desde lo más profundo de la Etiopía tribal se inicia un viaje que empieza por el placer estético que nos aporta la belleza de las imágenes y que, poco a poco, nos transporta a un diálogo que va más allá de lo que vemos. Las miradas son a tres, personas de un entorno primitivo y aislado contemplan al artista que los mira y que capta el instante preciso de conexión, y el espectador se sitúa ante ese mensaje transmitido a través de unos ojos profundos que se fijan en los suyos…

Y continua el diálogo. ¿Cómo nos mira Etiopía, cómo la miramos nosotros?