Raúl Romero
Huele a hoguera, los cuervos vuelan a ras de suelo y la nieve cubre todo en Orane, una pequeña aldea ucraniana situada a pocos kilómetros de Chernóbil. Es una mañana fría, en estas latitudes es fácil que el mercurio descienda de los -20º C haciendo que hasta los pensamientos se congelen. Todavía se pueden ver las huellas en la nieve de los lobos que durante la noche han venido hasta aquí, en invierno escasea el alimento en el bosque y el hambre ha vencidoel miedo al hombre. Estos animales provienen en su mayoría de la zona de exclusión de Chernóbil donde viven tranquilos, ampliando su población sin la amenaza constante de la presencia humana. Los lobos ocupan ahora el espacio radiactivo que un día, de repente, el hombre tuvo que abandonar.
Cuentan los que observaron el accidente en la distancia que la noche del 26 de abril de 1986 el cielo se iluminó con bonitos colores,similares a los de una aurora boreal. Algo de una belleza macabra que no pudieron comprender en ese preciso instante, pero que cambiaria sus vidas para siempre.
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