Cote Baeza
En todos los viajes hechos a Rapanui nunca he dejado de sorprenderme de lo impactante que es aterrizar en tan pequeño pedazo de tierra en mitad del Océano Pacifico, y es quizás ahí donde ha empezado siempre para mi la magia del lugar… y es que esta sensación queda potenciada y plasmada al darse uno cuenta que puedes recorrer la isla entera en un par de días.
Que no necesitas tanto tiempo para pasearla y mirarla, pero que sin embrago, necesitas un tiempo infinito para realmente conocerla, para sentirla y vivirla en toda su plenitud y espíritu.
Rápidamente me conquistan, me atrapan y fascinan esos atardeceres y amaneceres que son manifestados siempre con una belleza indómita y espectacular… cielos llenos de hermosas nubes que juegan hasta el infinito océano haciendo más latente aun lo solo que se está en mitad del océano, solamente protegidos y cuidados por esos gigantes de piedra que imponentes, únicos y míticos dan fuerza a la idea de que este es un lugar mágico.
Sus habitantes, orgullosos de vivir y preservar el legado de los ancestros, van como los verdaderos custodios de esta Isla. En una relación casi obstinada para con el paso del tiempo, viven su día a día, como dignos guardianes de las enseñanzas heredadas, responsables de preservar su rica identidad cultural y costumbres que narran su historia a través de los tatuajes en sus cuerpos, en sus cantos y sus danzas, que reflejan con fuerza el compromiso con su cultura y sus ancestros.
Han sido varios viajes a esta isla, y aun me sigo sorprendiendo de las sensaciones que ella genera en mí, porque Rapanui me llena de una energía que me da la fuerza de lo que significa estar frente a la magia de una cultura tan ancestral y viva a la vez.
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